La fertilización garantiza que los cultivos reciban los nutrientes esenciales en las etapas adecuadas de su desarrollo, en particular nitrógeno, fósforo y potasio, que son fundamentales para la fotosíntesis, el desarrollo de las hojas y las raíces, y la formación de granos.
Una fertilización adecuada es clave para maximizar el rendimiento y la calidad de los cereales sin comprometer la sostenibilidad agrícola, entendida como la capacidad de producir alimentos de forma continua sin provocar una degradación e impacto medioambiental.
En las estrategias «De la granja a la mesa» y «Biodiversidad», la Comisión Europea presentó su plan para la agricultura europea para 2030, con el objetivo de reducir las pérdidas de nutrientes al medio ambiente procedentes de fertilizantes en al menos un 50%, al tiempo que se garantizase el no deterioro de la fertilidad del suelo, lo cual implicaría una reducción del 20% en el uso de fertilizantes.
Este objetivo solo puede alcanzarse mediante esfuerzos colectivos, y una combinación de diferentes herramientas.
El garantizar que la fertilización se realice en los momentos óptimos puede mejorar la estabilidad del rendimiento, aumentar la eficiencia de los recursos y mitigar el impacto medioambiental. Sin embargo, se está observando, por ejemplo, que la eficiencia en el uso del nitrógeno de los cereales ha descendido hasta aproximadamente el 34% (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, 2022), y el 56% restante del fertilizante nitrogenado se pierde en el suelo y el agua, o se reduce a óxido nitroso por desnitrificación.
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