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Polarización en el sector primario: yo invito y tú pagas

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ECONOMÍA

19/07/2023

7 minutos en leer

Las normativas europeas marcan el paso de la producción agraria en España con nuevos requisitos: condicionantes ambientales, producciones más sostenibles, digitalización creciente... Estas tendencias, sumadas a las problemáticas estructurales propias del sector, hacen que todo el panorama productivo cambie hacia modelos “extremos”. ¿Tendremos una agricultura y ganadería de grandes y pequeños?

Todo ello fue analizado de manera pormenorizada en una Tertulia Agrícola Café virtual, patrocinada por el Foro Interalimentario. En el acto de bienvenida, Sara Abed, su responsable de Comunicación, puso en valor la necesidad de realizar este tipo de actividades para visibilizar el esfuerzo del sector primario. En este sentido, subrayó los tres retos en los que trabaja el Foro Interalimentario: rebajar la presión regulatoria, alcanzar la sostenibilidad del sector en sus tres patas y alcanzar una comunicación veraz.


Y como parte de este engranaje, en el encuentro contamos con la participación de cuatro profesionales de diferentes sectores productivos: Marcos Garcés, cerealista y ganadero de porcino; Felipe Molina, ganadero de ovino de carne; Marta Llorente, ganadera de porcino de capa blanca y viticultora; y Tomy Rohde, agricultor, olivarero y tractorista.

A día de hoy, cualquier productor de nuestro país -ya sea agricultor o ganadero- tiene que hacer frente, por un lado, a los cambios y/o adecuaciones normativas y, por otro, a la propia problemática del sector, marcada por la avanzada edad de los titulares de explotación, la baja rentabilidad de los negocios y la competencia por los nuevos usos del terreno agrario, entre otros factores. 

Con estas cartas sobre la mesa, los participantes de la mesa de análisis expusieron cómo tratan de sacar adelante sus negocios y cuáles son sus puntos de apoyo y diferenciación. El modelo de tradición familiar ha sido hasta hace unos años el habitual en nuestro país y es el que representan Felipe Molina y Marcos Garcés. Felipe Molina encarna la sexta generación familiar, mientras que Marcos Garcés ha seguido la estela de su abuelo y de su padre. Pero, a diferencia de ellos, cuenta Marcos, “trabajo el doble de tierras que trabajaba mi padre con mi edad y no gano el doble de lo que ganaba mi padre con mi edad”. El porqué está claro: “Tenemos un sector con unas rentabilidades muy justas y costes muy altos, por lo que”, en su opinión, “para tratar de ser rentables hay que ir a explotaciones más grandes, puesto que ampliar te permite diversificar y movernos mejor en las campañas. Aunque, claro está, conlleva más riesgo”.

Y es que la realidad es que la agricultura y la ganadería son modelos económicos y como tales deben ser gestionados. Este es uno de los hándicaps que tiene el sector, indicó Marcos: “Tenemos explotaciones mal estructuradas, lo que hace que no sean rentables. Y eso es algo que nos deberíamos hacer mirar, porque vamos con rentabilidades muy ajustadas”.

Incidiendo en el tema de los costes, Felipe Molina -cuyo modelo productivo se basa en el pastoreo en extensivo- argumenta que son precisamente los costes de producción los que, en más ocasiones de las deseadas, empujan a los profesionales a redimensionar las explotaciones por encima de sus posibilidades. “Estamos sobrecargando las fincas y hay un escalón muy grande entre lo que es una explotación familiar y una macroexplotación. Los que estamos en medio somos los que estamos sufriendo la presión”.

El de Marta Llorente es también un modelo económico familiar, pero, en este caso, impulsado entre su marido y ella. Como Marcos o Felipe, Marta y su marido también se han visto obligados a crecer para ser más rentables. “Llevamos 10 años en viticultura y 5 con la granja. Hemos tenido que crecer e ir arrendando y comprando tierras y viñas porque, si no es así, es inviable ser competitivo y rentable”.

Por su parte, Tomy Rohde ha optado modernizar la tierra arrendada. “No he ampliado, pero sí he experimentado con variedades. En mi caso, si tuviera más, sería mejor y tendría más ganancias por el trabajo realizado” y reconoce que, aunque ha querido, no ha podido permitirse comprar más tierras, “porque eso supondría tener que realizar más inversiones”.

El Pacto Verde en las medianas explotaciones

Centrándonos en lo que está por venir dentro del ámbito normativo, los requisitos incluidos en el Pacto Verde propuesto por la Comisión Europea son muy exigentes en materia de reducción de fitosanitarios y antibióticos. A pesar de que, a bote pronto, lo primero que podríamos pensar es de qué forma van a afrontar los profesionales estas exigencias o cómo va a afectar a las producciones, sus reflexiones, las de quienes están día a día a pie de campo, son otras. 

Marcos Garcés tiene claro que es posible alcanzar estas exigencias, “pero es un camino largo y se necesita formación, tiempo y medidas de acompañamiento”. Y como ejemplo de anticipación a los nuevos requisitos, expone el modelo de trabajo implementado en su explotación: “En la producción de cerdos nos certificamos hace 10 años como libres de antibióticos desde el destete. Y en cereales trabajamos con un plan con rotación de 8 o 10 cultivos diferentes, hacemos el mínimo laboreo, falsas siembras, y sustituimos los fertilizantes por purines. Con las rotaciones hemos conseguido bajar mucho el uso de fitosanitarios”.

Felipe Molina y Marta Llorente van un paso más allá y apelan al impacto que estas medidas pueden tener para los consumidores, y subrayan que estos requisitos implican menos producción y más costes. “En mi caso no me afecta, porque mi explotación es en ecológico y yo no aplico antibióticos”, afirma Felipe, “pero no podemos restringir tanto las producciones cuando se trata de obtener lo que nos tiene que alimentar”, añade. Y continúa: “Siempre voy a defender los beneficios y la calidad de extensivo, pero hay que mirar las cualidades del intensivo bien regulado, porque no todo el mundo puede acceder a productos de un alto estándar y, por tanto, más caros”.

El engarce de los argumentos sobre los que se sustenta la presión social para poner en entredicho la producción intensiva está en el desconocimiento de la misma, explica Marta Llorente. “La gente solo se queda con que en las granjas en intensivo hacemos barbaridades con los animales, y eso es totalmente falso. Que haya gente que lo haga mal no quiere decir que todos lo hagamos mal. De hecho, no debemos olvidar que tenemos una regulación que está medida al milímetro”. 

“España es ya sostenible, no es necesario meternos más legislación, si lo hacemos, lo que estamos provocando es trasladar la producción a otro lado”, expone Tomy Rohde, en clara alusión a los acuerdos comerciales de la Unión Europea que, como sabemos, dejan en desventaja a las producciones europeas frente a las de terceros países. Y añade: “Somos la industria que menos contamina de toda Europa y, sin embargo, tenemos el foco encima”.

Como conclusión, Marcos Garcés afirma que, teniendo en cuenta que nos movemos en un entorno polarizado, lo que debemos analizar es “cómo queremos que se produzcan esos alimentos y quién los produce: ¿pequeñas empresas familiares que montamos nuestro modelo de vida en torno a ello, o grandes empresas que vienen, invierten, producen y cuando ya no les interesa se van?” Y subraya que la regulación solo la pueden asumir las grandes empresas, “pero los paganos somos los pequeños”.

Tecnología y rentabilidad

De todo lo expuesto hasta aquí, entre las diferentes conclusiones que podemos extraer hay una que sobresale: si no hay sostenibilidad económica, el resto de pilares no se sostienen, independientemente del tipo de empresa que sustente el negocio.

Y gran parte de las soluciones para mejorar la rentabilidad pasan por aplicar tecnología a los procesos agropecuarios, pero aquí el hándicap está en hacer frente a esas inversiones. Tomy Rohde reconoce los beneficios que aporta la tecnología a la explotación, como es el ahorro de costes, de tiempo, efectividad, precisión, etc. Pero, argumenta, que también hay que valorar los obstáculos. “La modernización ‘con cabeza’ va a revertir en un ahorro, pero si no tienes el dinero, debes pedirlo y teniendo en cuenta la incertidumbre regulatoria y de mercado en la que nos movemos, es complicado”. 

“Si nuestros productos fuesen rentables, los agricultores y los ganaderos invertíamos”, dice Felipe Molina. “Pero en el marco en el que nos movemos, nos tenemos que ir arreglando con lo que tenemos. Por el contrario, sí lo pueden hacer las grandes empresas, las que prestan servicios, pero no los agricultores y ganaderos de verdad”.

Un modelo alternativo que puede favorecer a los pequeños y medianos es la compra en común de maquinaria, algo que, cuenta Marcos Garcés, está muy extendido en Francia a través de las CUMAs y que, por ejemplo, les supone un ahorro de gasoil por hectárea de un 40% respecto a lo que gastan los agricultores españoles. 

Ahora bien, incide en que ya sea a través de un sistema individual o colectivo, antes de implementar cualquier tipo de tecnología, es fundamental hacer un estudio para dimensionar adecuadamente la explotación y elegir la maquinaria que se necesita. Como ejemplo práctico, señala que, en su caso, el uso de tecnología es mayor en los cultivos ecológicos que en los convencionales, “porque tengo menor margen de maniobra y me tengo que anticipar”.

Pero además de maquinaria agrícola, sensores, GPS, etc., en la definición de tecnología también debemos incluir otras prácticas y herramientas que sirven para impulsar la actividad agraria. Un sencillo ejemplo es la venta directa a través de la implementación de sus propias páginas web, como han hecho Felipe Molina y Tomy Rohde. Porque esta es una fórmula para retener el valor añadido de estas producciones que, como explica Marta Llorente, se diferencian de las de las grandes empresas a través de un plus de calidad.

El impacto de los fondos de inversión

Y es que, los fondos de inversión han irrumpido en el medio rural en busca de oportunidades de negocio, ya sea a través de la instalación de placas solares o, por ejemplo, mediante la compra de fincas y grandes extensiones de terreno.

Los efectos se están dejando notar a través de varias vías. De un lado, está la competencia, que empuja a los pequeños y medianos agricultores y ganaderos a diferenciarse y consolidarse en su nicho de mercado ya que, como hemos visto, vía costes no pueden competir. Y de otro, está el incremento de los precios de la tierra, que hace inviable el acceso para los más pequeños.

Marta Llorente resume la situación: “El problema es que, además de que a nosotros no nos dejan entrar o arrendar, cuando sale una tierra cercana, estas grandes empresas han puesto el listón muy alto en cuanto a precio y no nos podemos permitir comprar esa tierra. Si no te haces grande, tienes las manos atadas, pero hacerse grande cuesta mucho. Por eso, lo que hacemos es defender nuestro producto vía calidad”.

Un incremento que también ha notado Marcos Garcés: “La tierra es un refugio de dinero. En mi zona, si quieres comprar una tierra, pagas cuatro veces más su valor agronómico. El resultado es que los agricultores cada vez tenemos menos porcentaje de propiedad de la tierra que trabajamos”.

El resultado, advierte Felipe Molina, es que “el fondo de inversión es pan para hoy y hambre para mañana, porque si en un tiempo determinado ve que esa tierra ya no le renta, suple el negocio por otro, y listo”. Y da cifras para hacernos una idea de qué hablamos: “Tenemos ya una capitalización del campo en torno al 40% y ahí no podemos competir con ellos”. 

“Se puede legislar lo que queramos, pero la realidad es que de cuatro personas que se jubilan, solo una sigue para adelante. Es lo que se buscaba, lo que se ha querido y se ha incentivado”, concluye Tomy Rohde.



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