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Herramientas para la salud del suelo

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SANIDAD Y NUTRICIÓN

04/10/2023

7 minutos en leer

El suelo es un recurso de importancia vital para el ser humano, ya que supone la base para el cultivo de la gran mayoría de alimentos y la cría de ganado; de hecho, se ha calculado que el 95% de nuestra comida se produce directa o indirectamente en el suelo. Sin embargo, a nivel global, y nuestro país no es una excepción, los suelos están muy expuestos a diversos factores de degradación. Afortunadamente la ciencia y la tecnología pueden proveer las herramientas para frenar estos procesos, e incluso mejorar la salud de nuestros suelos.

Dada la lentitud de formación de un suelo fértil -son necesarios miles de años para que se generen unos centímetros de suelo- este se considera un recurso no renovable. Si unimos este carácter finito a los diversos servicios ecosistémicos que prestan los suelos, es fácil comprender la urgencia por tomar medidas que protejan un bien tan preciado. Entre estos servicios cabe destacar el suministro de diversos bienes, como la capacidad para almacenar y filtrar el agua, que resulta vital ante inundaciones y sequías, a la que se añade su importante papel como secuestrador de carbono.

Según la FAO, el 33% de los suelos a nivel mundial están de moderada a altamente degradados debido a diversos motivos: erosión, salinización, compactación, acidificación, contaminación química y agotamiento de nutrientes. En el territorio de la UE entre el 60 y el 70% de los suelos se encuentran actualmente en mal estado y la erosión destruye alrededor de 1.000 millones de toneladas del mismo. Centrándonos en nuestro país, la tasa de pérdida máxima tolerable de suelo se sitúa entre las dos o tres toneladas por hectárea y año. Sin embargo, según los datos del INES (Inventario Nacional de Erosión de Suelos) las pérdidas superan las 5 toneladas en el 42% de nuestra superficie agrícola y forestal.

Inevitablemente, la actividad agrícola expone al suelo de una manera más o menos intensa a diversos factores de estrés. En este sentido, su manejo y cuidado resulta vital para conseguirlo, y sobre ello hemos hablado con cuatro profesionales con experiencia en este ámbito.

Algo más que un soporte físico para los cultivos

A pesar de la capacidad del suelo para atender necesidades básicas del ser humano, no siempre se ha reconocido su importancia. En general, los expertos consultados coinciden en que solo en los últimos años se ha prestado atención al funcionamiento de los suelos para conocer todos los procesos físicos, químicos y biológicos que se dan en su seno y que explican su fertilidad.

Según Javier Villegas, especialista en cultivos al aire libre en Koppert, “antes de la Segunda Guerra Mundial, la fertilidad del suelo se basaba en la incorporación de materia orgánica, los barbechos y la rotación sistemática de cultivos”, y consciente o inconscientemente “el suelo era mimado y cuidado con gran cariño por los agricultores”.

Tras la guerra y debido a los importantes avances en síntesis química de fertilizantes y en mecanización agraria, el suelo pasó a verse como un mero soporte físico de los cultivos, “una especie de caja negra en la que solo se ponían insumos, para que nos devolviera todo lo invertido en forma de grandes cosechas”.

En este sentido, Felipe Cortines, agrónomo de la empresa Eagronom EU, si bien matiza que “las fincas con buenos suelos son tradicionalmente muy valoradas”, añade que era su mantenimiento lo que se descuidaba, ya que “se creía que las carencias se podían mejorar con aportaciones externas”.

Esta creencia ilustra una curiosa paradoja: el suelo de una explotación agrícola puede estar degradándose durante décadas o cientos de años, pero su producción mejora, mediante la utilización de diversas técnicas que “enmascaran” la pérdida de cualidades del suelo, su fertilidad o directamente de su fracción útil. Las consecuencias han ido saliendo a la luz en forma de “aumento de las salinidades, compactación y pérdida de estructura, pérdidas de suelo útil, explosión de enfermedades y una necesidad de aumentar labores e insumos para tratar de resolver estos problemas”, según explica Javier Villegas.

Para Antonio Conde, joven agricultor e investigador en la Universidad de Córdoba, al suelo no se le ha dado la importancia debida hasta hace unos escasos 20 años, y solo recientemente muchos autores científicos están poniendo de manifiesto el valor de los suelos agrícolas. Algo en lo que concuerda Óscar Veroz, director ejecutivo de la Asociación Española Agricultura de Conservación, que apunta al ámbito académico y a unos pocos agricultores pioneros como los primeros en poner el foco en la importancia de proteger el suelo.

Labores y prácticas que afectan a la vida del suelo

En el Inventario Nacional de Erosión se pone de manifiesto que más que el tipo de cultivo, lo que resulta determinante para la conservación de la fertilidad del suelo es el manejo que se haga de este, si bien, determinados tipos de cultivos suelen tener prácticas asociadas con una incidencia importante, como puede ser el uso o no de cubiertas vegetales en cultivos leñosos.

Preguntados por las prácticas o labores agrícolas que inciden más negativamente en el suelo, existe consenso entre nuestros expertos en citar al laboreo como una de las que más contribuyen a su degradación.

Según Óscar Veroz, el laboreo altera la estabilidad estructural del suelo: por ejemplo, una labor de una profundidad de 15 cm mueve alrededor de 2.500 t/ha de suelo y una labor de vertedera puede mover de 4.000 a 6.000 t/ha. Al quedar disgregado tras la labor, el suelo está más expuesto a la acción erosiva del viento y del agua, lo cual supone una pérdida bastante importante de su fracción más fértil, donde se desarrollan la mayoría de los cultivos. Otra consecuencia a tener en cuenta según Veroz es “el bajo contenido de materia orgánica y, por ende, de carbono orgánico que poseen los suelos agrícolas en la actualidad” debido según varios autores a su perturbación por la labranza. En este sentido, Felipe Cortines matiza que el grado de alteración depende mucho del tipo de cultivo, ya que no tiene la misma problemática una tierra dedicada a cultivos herbáceos de secano con grandes pendientes que una de regadío para la producción de hortalizas.

Además del laboreo, Antonio Conde y Javier Villegas coinciden en el excesivo aporte de productos químicos. El técnico de Koppert añade que estas prácticas están tan íntimamente ligadas a la “tradición” y la inercia que ha operado durante mucho tiempo.

Así, para muchos agricultores, proveedores y asesores, cuestionar esas prácticas y tratar de introducir un nuevo modelo de manejo del suelo supone directamente abandonar su espacio de confort.

La importancia de realizar prácticas agrícolas sostenibles

Afortunadamente, hoy en día se dispone de un amplio conocimiento y la tecnología necesaria para realizar las prácticas agrícolas que se sabe que benefician a la salud del suelo. Así, según Javier Villegas aquellas que supongan un aporte continuado de materia orgánica y microorganismos seleccionados, así como unas labores culturales lógicas que permitan su  conservación estructural y vitalidad, maximizan su conservación y su potencial de rendimiento.

En el marco de unas labores culturales adecuadas resulta imprescindible citar la agricultura de conservación como un sistema de manejo, cada vez más extendido, que sienta sus bases en tres principios: la supresión del laboreo, la presencia de una cubierta vegetal y la rotación de cultivos. El joven agricultor Antonio Conde cita también la agricultura de precisión y la mejora genética de los cultivos como herramientas útiles en para la gestión sostenible de los suelos agrícolas.

El cambio hacia unas prácticas agrícolas que favorezcan la salud de los suelos obviamente supone un trabajo, pero a medio plazo ofrece importantes ventajas. Aparte de aumentar su valor como recurso productivo y la calidad  de los alimentos cultivados, el agricultor puede ser recompensados por su contribución ambiental, ya sea por la captura de carbono o por los servicios ecosistémicos que ejercen los suelos.

Sin ir más lejos, en la nueva PAC, tanto las medidas de condicionalidad reforzada como los eco-regímenes contemplan varias medidas en este sentido, como son la siembra directa en cultivos herbáceos y las cubiertas vegetales vivas e inertes en cultivos leñosos.


Productos que fomentan o mantienen la salud del suelo

Un suelo que pueda considerarse sano puede verse como un “contenedor de vida” como nos cuenta Javier Villegas, técnico de Koppert, “al que hay que mimar y cuidar para mantener su biodiversidad, bloquear la aparición de patógenos y no perder un ápice de su fertilidad y productividad”. Y es que muy a menudo se ha pasado por alto la faceta del suelo como interfaz de relaciones entre distintos seres vivos.

Conviene no olvidar que, a nivel global, los suelos hospedan un cuarto de la biodiversidad del planeta y que la actividad conjunta de los seres vivos del medio edáfico otorga mejores características al suelo.

Sin embargo, como se comentó anteriormente, la actividad agrícola supone una perturbación y una pérdida de nutrientes inevitables en el ecosistema edáfico. Para compensarlo, cada vez es más frecuente utilizar productos bioestimulantes y biofertilizantes para solventar carencias nutricionales y problemas relacionados con el tipo de suelo.

La aplicación con criterio agronómico y de sostenibilidad de estos productos aporta múltiples beneficios en un escenario de gestión óptima, no solo para reponer nutrientes sino por su papel en la salud del suelo. De hecho, se están desarrollando elementos de lucha biológica para el control para organismos edáficos causantes de plagas y enfermedades, que tienen un enorme potencial. Para Javier Villegas, con este tipo de herramientas se aprovechan los mismos mecanismos que han operado durante millones de años para mantener el equilibrio de los ecosistemas.

Para Antonio Conde, desde su práctica diaria, las investigaciones científicas van un poco lentas en cuanto la aplicación de productos en explotaciones agrícolas comerciales, como ocurre por ejemplo con el uso de hongos entomopatógenos. Pero es optimista y considera que “llegará el momento en el que se conseguirá un producto de calidad y eficaz con un alto potencial de aplicación siendo respetuoso con el resto de microorganismos del suelo y del medio ambiente, como puede ser Beauveria bassiana para el control del gusano cabezudo”.

Otro aspecto importante es que, según recuerda Javier Villegas, “las soluciones biológicas cumplen con todo lo requerido por la nueva PAC y se ajustan a la filosofía verde europea que contempla la estrategia Farm to Fork, por la que se prioriza el uso de productos biológicos sobre las soluciones químicas”. En este sentido, resulta interesante estudiar las sinergias que se pueden lograr mediante el uso combinado de estos productos y las prácticas propias de la agricultura de conservación y cómo estas herramientas permiten al agricultor adaptarse de la mejor manera posible a las circunstancias que afectan a sus cultivos, tal como apunta el ingeniero de Eagronom EU, Felipe Cortines.


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