Nuestro actual
paradigma está basado en fomentar el incremento de los rendimientos agrícolas y
ganaderos, tanto como la tecnología nos lo permita, y ésta nos está
proporcionando los medios suficientes para poder cumplir este objetivo. Abonos
químicos, plaguicidas, alimentos especiales para el ganado, mejoras genéticas y
un largo etcétera, que han posibilitado las cifras de rendimiento alcanzadas.
Podemos, así, satisfacer de alimentos a poblaciones cada vez más numerosas y a
precios más asequibles.
Pero las cosas no son
tan sencillas, porque las Sociedades, con ‘s’ mayúscula, no solo avanzan en lo
material, sino que evolucionan también en lo social y en lo ético. Y se hacen
nuevas preguntas, como por ejemplo si es igual de sana una manzana producida
con la aplicación de abonos y herbicidas que otra que se ha producido sin la
aplicación de los mismos. Bueno, en principio igual de sanas, y seguramente es
así, pero seguramente no es igual que seguro, y quien pueda pagarse lo seguro
no elegirá lo de seguramente. A ello hay que añadir otras demandas éticas,
tales como el bienestar animal y los condicionantes a las producciones agrarias
por las demandas conservacionistas de carácter medio ambiental, que van
abriendo camino a un nuevo paradigma.
Con estadísticas de la
FAO y de EUROESTAT, la superficie destinada a producciones agroecológicas
supone un 1,5% a nivel mundial, pero con una apuesta muy significativo de apoyo
a los países menos desarrollados o con grandes masas campesinas con una
agricultura y ganadera de mera subsistencia. Si un agricultor no tiene dinero
para comprar fertilizantes, herbicidas ni plaguicidas, a la fuerza va a hacer
producciones ecológicas, y este hecho tan básico ha llevado a la propia FAO a
impulsar programas en sintonía con estas condiciones, y así están naciendo movimientos
tan importantes como el desarrollado en el estado indio de Karnataka, que puede
llevar a la India a que la mayoría de su producción sea ecológica.
En la UE, mundo al que
pertenecemos, la agroecología lleva ya décadas desarrollándose pero con un
nacimiento muy distinto del anterior, basándose en conocimientos científicos
que van desde las feromonas a la utilización de plantas que repelen a las
plagas o impiden el desarrollo de malas hierbas a chips que permiten conocer la
ubicación y estado de un ganado que está pastoreando en libertad, pasando por
un largo etcétera y ya el 8,5% de la superficie agraria total es ecológica,
habiéndose incrementado en menos de una década sus producciones en un 46%. El
nuevo paradigma ya está aquí. Y ahora, cada vez más, no nos plantearemos como
elemento básico aumentar los rendimientos, sino en una transparencia de
nuestros modos de producir que ponga de manifiesto la calidad de las
producciones.
Afortunadamente, en
esta cuestión esta vez estamos en una buena posición, somos más del 17% de la
superficie agroecológica de la UE, prácticamente empatados con Francia e Italia;
por otro lado, no nos debe de extrañar, dadas las superficies territoriales y sus
condiciones climáticas. No obstante, contamos con sectores productivos,
principalmente en ganadería, en donde los incrementos pueden ser espectaculares
por nuestra forma de producir. El porcino ibérico, por ejemplo, muy ligado a la
dehesa, con unos porcentajes de alimentación natural muy altos, o el ovino y
caprino con tradiciones alimenticias ligadas al pastoreo y al aprovechamiento
de las rastrojeras, e incluso el vacuno que pasta en nuestros prados naturales.
Es obvio que el sector
agrario, sea cual sea su horizonte paradigmático, tiene que abastecer a las
poblaciones de alimentos, y que en un marco de producciones agroecológicas
mayoritario los rendimientos unitarios disminuirán, lo que obliga o a disponer
de más tierra, difícil y complicado en la UE, o a movilizar esta de otra
manera, la más plausible actualmente sería la intensificación del regadío y el
incremento de los cultivos protegidos. En España, por ejemplo, la producción
ecológica de los invernaderos es muy significativa.
Las distintas vías por
las que se puede caminar para desarrollar las producciones ecológicas conlleva,
fruto de la globalización, la presencia en el mercado de productos iguales o
semejantes a precios muy diferentes, resultando a este respecto muy importante
la convergencia de los marcos legislativos que regulen las producciones
agroecológicas, procurando que se impida convertir estas en cautelas
arancelarias.
El nuevo paradigma,
como los anteriores, forzosamente ha de cumplir con su objetivo básico,
“producir alimentos sanos para toda la población mundial”. Nunca los paradigmas
han sido eternos, por ello resulta oportuno recordar algunos de figuras muy
relevantes de la Humanidad. Berthelot (1827-1907), parisino, catedrático de química,
cuyos avances en la síntesis de productos transformaron la química orgánica, miembro
de las academias de las principales naciones europeas, político, cuatro veces
ministro, ensayista, filósofo y hombre de exquisita sensibilidad, muere al lado
de la cama de su esposa a la media hora de morir esta, ambos reposan en el
Panteón de hombres ilustres de Francia. Pues bien, Berthelot nos dejó escrito
su paradigma agrario. En él, habían desaparecido los agricultores y ganaderos.
Y grandes complejos industriales suministraban alimentos. Las tierras de labor
se transformaban en jardines edénicos. Cuesta creer que con tanto conocimiento
y tanta sensibilidad pusiese como idílico un objetivo tan siniestro. Afortunadamente
se equivocó, y las cosas parecen ir dirección muy distinta.
Al final, siempre
estará presente la necesidad de alimentar una población que, aunque contenida
en unas áreas geográficas, en otras crece desmesuradamente, lo que crea una
situación que puede llegar a ser muy inquietante. Procuremos que Berthelot, que
fue tantas cosas, no acabe además siendo profeta.