Estos últimos, en combinación con los análisis químicos de suelos, permiten trabajar con abonadoras de desafición variable, que aportan al suelo solo lo que necesita en cada zona. Al mismo tiempo, un conocimiento exhaustivo del suelo redunda en mejores decisiones a la hora de cultivar.
Y es que la escalada de precios en los fertilizantes, generada por la crisis bélica en Ucrania, provocó un fenómeno verdaderamente curioso en el campo español. Muchos agricultores optaron por recortar drásticamente el empleo de los carísimos abonos para no disparar sus costes. Pero, para sorpresa general, la disminución del uso de fertilizantes no provocó el más que previsible hundimiento de las cosechas en el campo español.
Evidentemente, este fenómeno tiene una explicación perfectamente lógica, argumenta Jorge Miñón, director técnico de la empresa AGRAE Solutions, especializada en soluciones de agricultura de precisión: “Se sobrefertiliza en nitrógeno y en fósforo, que es un nutriente al que hasta ahora no se le ha prestado atención. Tenemos los suelos elevadísimos en fósforo, porque estamos utilizando fórmulas y dosis que no son proporcionales a las extracciones de los cultivos”. Y todo porque, a pesar de los avances en nuestra modernísima agricultura sigue imperando el dicho: “Si no tiras, no echa”. Pero eso sí, muy mal entendido, advierte Emilio González, profesor titular de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos y de Montes (ETSIAM) de la Universidad de Córdoba: “La gente utiliza unas dosis de fertilización que son las típicas o las normales de la zona y con eso, pues van tirando”. Cuando habla de típicas y normales, se refiere claramente a muy superiores a las que los cultivos requieren. Así, la sobrefertilización, unida a la sequía, explica el fenómeno de rendimientos sorprendentes a pesar del recorte en el abonado: “En los últimos dos años, como ha habido mucha sequía, la movilidad del nitrógeno en el suelo ha sido más más lenta. Si te vienen años más lluviosos, el nitrógeno que has sobrefertilizado se lava y va a las capas profundas donde no lo absorben las plantas. O sea, que puede que la falta de agua haya jugado a su favor”.
Fertilización más racional
Este experto en agricultura de conservación aclara que estas prácticas de fertilización tan peculiares tienen consecuencias muy negativas. La primera es la económica. Una parte importante de los 2.000 millones de euros que la agricultura española se gasta de media cada año en fertilizantes, no sirven literalmente para nada. O bien visto, sí, para contaminar suelos y aguas: “Sabemos que los fertilizantes, sobre todo los nitrogenados, son unos potenciales contaminantes del agua dada su gran movilidad una vez que entran en contacto con el agua. Pueden percolar, pueden llegar a las capas profundas del suelo y pueden llegar a acuíferos. Pueden contaminar las masas de agua superficiales y también las masas de agua que están en profundidad”.
En ese sentido hay que recordar que el 1 de enero de 2024 empieza a entrar en efecto el Real Decreto 1051/2022 por el que se establecen normas para la nutrición sostenible en los suelos agrarios y que establece en su preámbulo: “La sociedad actual demanda de las administraciones públicas la aplicación de una política que permita disminuir el impacto ambiental de la aplicación en los suelos agrarios de productos fertilizantes y otras fuentes de nutrientes o materia orgánica, toda vez se alcanza el nivel de producción agrícola necesario para proveer al sistema alimentario”. Y hay que recordar que la estrategia “De la granja a la mesa” establece como meta reducir para 2030 a la mitad las pérdidas de nutrientes, sin deteriorar la fertilidad del suelo, lo que reducirá el uso de fertilizantes en, al menos, un 20% de aquí a 2030.
Un reto que Emilio González asegura que es perfectamente asumible, especialmente si se aplican las herramientas de la agricultura de precisión: “Tenemos que saber qué vamos a plantar, qué es lo que esperamos cosechar y cuáles son las necesidades nutricionales de ese cultivo. De esas necesidades, cuánto tenemos ya disponible en nuestro suelo. Lo que nos falte, lo suplementamos con los fertilizantes”. La primera recomendación es conocer el suelo, que cada vez tiene un papel más relevante en la agricultura, sostiene María Fernanda Lollato, responsable de Área de Negocio de Syngenta Iberia: “Las técnicas más modernas ponen el suelo en el centro de la discusión”.
Agricultura de precisión
Ahí entra el mapeo de suelos, la base para implantar la fertilización variable, un campo en el que la empresa burgalesa AGRAE Solutions, de la que Jorge Miñón es director técnico, lleva trabajando desde 2014. El mapeo implica un análisis del suelo de la finca con una tecnología de conductividad eléctrica aparente: “Vemos qué tipos de suelo tienen esas parcelas a diferentes estratos de profundidad.
Podemos llegar hasta 120 centímetros. Y en función de esa información, podemos ver qué zonas son diferentes a nivel de monitorización. Hacemos posteriormente muestreos de suelos con una barrena, como se ha hecho toda la vida, pero de forma dirigida.
Así reducimos el número de muestras que van a laboratorio, que es lo que al final más encarece una buena prescripción y también ganamos con ese mapeo previo una mayor representatividad de la parcela. Esas muestras del suelo las analizamos en el laboratorio y los parámetros de laboratorio junto con la información que antes has mapeado nos permite generar un mapa de nitrógeno, un mapa de fósforo, otro mapa de potasio, otro mapa de pH… Tendremos la distribución de esos nutrientes en la parcela. De forma paralela, tomamos información de satélite de los últimos cuatro o cinco años de esa parcela para comprobar qué zonas han tenido más y menos vigor, más y menos producción de biomasa”. Al final, todo se reduce a ingentes cantidades de datos, la materia prima de la agricultura de precisión: “A partir de esa información ya obtenemos un mapa de potencial productivo. Si vamos a sembrar un trigo de una producción media de, por ejemplo, 4.000 kg por hectárea, pues ya sabríamos que extracciones va a tener ese cultivo en la zona más productiva y en la zona menos productiva”.
“A partir de esa información”, continúa, “generamos un mapa de dosificación variable con ese fertilizante. Se lo enviamos al agricultor por correo electrónico o lo subimos a la nube por las diferentes herramientas que tienen las empresas de maquinaria”. Esos mapas, realmente son ficheros que la abonadora de dosificación variable lee para saber qué cantidades de abono corresponde a cada zona de la finca, ajustando al máximo la dosificación. Y claro, una vez que hemos generado datos, podemos empezar a jugar con ellos: “Cada vez es más habitual que los agricultores tengan la opción de cosechar con mapas de rendimiento. Si es esa opción, lo que hacemos es tomar esos mapas y validar. Si yo he fertilizado una zona de la parcela para producciones de 5.000 kg por hectárea y resulta que he sacado 4.000, parte de los nutrientes que había aportado se han quedado en el suelo. Lo pongo entre comillas porque la cuestión es que parte de esos nutrientes también se habrán bloqueado, se habrá lixiviado o se habrán perdido”. Todos esos datos se irán complementando año a año con nuevos análisis químicos de muestras de suelo.
Estamos abordando soluciones tecnológicas ya maduras que han atraído incluso a gigantes del sector como Syngenta, que está trabajando en el desarrollo en España de su solución de salud del suelo Interra Scan.
María Fernanda Lollato aclara que este servicio ya está activo comercialmente en Bélgica, Países Bajos y Polonia: “Estamos trabajando en adaptar a las condiciones específicas del suelo de España y a las necesidades del agricultor español. Nuestra previsión sería tener el lanzamiento para 2025. En paralelo, añade, la compañía trabaja en la integración de este servicio en el la plataforma de agricultura digital Cropwise: “Uno de los productos que nosotros estamos manejamos es Imagery, que puede combinar perfectamente las imágenes satelitales con los mapas que se generan de los parámetros de suelo de Interra Scan”.
Ahorros importantes
Ha llegado el momento de preguntarse por las cifras. Por su aplicación en condiciones reales. A la espera de la implantación en España, María Fernanda ofrece algunos datos obtenidos en Países Bajos: “Hay casos de ahorros de hasta 160 euros por hectárea en input de fosfatos en cultivo de cereales y casos de incremento de rendimiento de hasta el 10% en aplicación variable de fosfatos en cultivos de patatas y cebollas”. No obstante, pide prudencia ya que estamos ante una agricultura muy diferente a la española. Además, advierte que no todas las explotaciones se podrán beneficiar en la misma medida de estas herramientas. Serán las medianas y grandes las que lo puedan rentabilizar mejor.
Jorge Miñón, sí puede aportar datos de explotaciones de Castilla y León: “A precios de mayo de 2023, fueron algo más de 200 euros por hectárea el ahorro en maíz. En cereales de secano de aquí, de la zona de Burgos, de cereales de 4.000 y 3.000 kilos por hectárea ha oscilado entre 30, 40 o 60 euros por hectárea a precios prepandemia”. Y lo más importante, esos beneficios se mantienen en el tiempo, así lo confirma David Barrasa, agricultor de la Sociedad Cooperativa Barrasa, de carácter familiar de Belorado, en Burgos. Cultivan unas 1.000 hectáreas: “Trabajamos, sobre todo trigo y cebada. También sembramos girasol, colza, guisante verde para consumo humano verde, judía verde, también para consumo humano, y maíz”. Son de los pioneros en la aplicación de los mapas en la fertilización variable: “Empezamos con unas 10 hectáreas hace unos 7 u 8 años. Ahora mismo tenemos más o menos la mitad, unas 500 hectáreas”.
Es evidente que los resultados han sido buenos: “Estamos hablando de ahorros en torno al 30%, sobre todo en el abonado de fondo y aportando al suelo lo que creemos que realmente se necesita o lo que la ciencia dice que necesita. Además, muchas tierras se han igualado. Aquí hay mucha diversidad de tierras. Hay corros arenosos o superarcillosos, en poco más de 100 metros. Antes decías: este corro es malo, no produce. Se siguen notando las diferencias, pero no tan descabelladas”.
Emilio González, profesor titular de ETSIAM de la Universidad de Córdoba cree que estas experiencias están sirviendo para que los agricultores descubran la importancia que tienen los suelos: “Que no den por hecho ciertas cosas. Que sean conocedores de lo que tienen en el suelo y, en base a eso, tomen sus decisiones. Eso jugará a favor de su rentabilidad”. Además, no pierde la oportunidad de advertir que, a la hora de la fertilización, la agricultura de conservación y las cubiertes vegetales aportan notables ventajas: “Esos restos vegetales que dejamos en superficie son también nutrientes. Esos rastrojos en superficie también ayudan a los agricultores a depender menos de los fertilizantes, de los insumos externos y hacen el sistema más sostenible”.
Y hay otro aspecto nada desdeñable que Jorge Miñón saca a relucir. Se trata del efecto que esas mejoras tienen sobre la huella de carbono de los cultivos, un elemento que está ganando protagonismo cada día que pasa. Sobre todo, desde que se ha planteado la posibilidad de generar ingresos por la capacidad de la agricultura de generar créditos de carbono”.
Por supuesto, el director técnico de la empresa AGRAE Solutions, está convencido de que el apoyo de las distintas administraciones será importante para dar alas a estas tecnologías. Sin embargo, opina que el enfoque que hasta ahora se ha aplicado no es el correcto: “Las ayudas tanto del Ministerio como de las distintas comunidades autónomas se han orientado a dotar al agricultor de esas herramientas de la agricultura de precisión. Hablo de sensores, hablo de programas informáticos, pero no han ahondado en cómo se manejan”.