Podría decirse que es una versión flexible de la agricultura ecológica, que se solapa con la agricultura de conservación respecto al cuidado del suelo y con la producción integrada en cuanto al uso de fitosanitarios. Si bien las expectativas puestas en la agricultura regenerativa son muy altas, no se puede negar que la adopción generalizada supondría un avance significativo.
Aunque parece una nueva moda, lo cierto es que la agricultura regenerativa nació en los años 60 del siglo pasado como un paso más en el movimiento de la agricultura ecológica de aquella época. El término “agricultura regenerativa” apelaba directamente a la idea de “regenerar” y romper con prácticas agrícolas caracterizadas por el uso sistemático de productos agroquímicos.
Recientemente se ha retomado este concepto, pero no existe una única definición de carácter oficial o aceptada globalmente. De hecho, existen diferentes corrientes al respecto: desde definiciones más exigentes aún que la propia agricultura ecológica a otras de consenso que no renuncian a determinadas prácticas de la agricultura convencional.
Limitaciones y ventajas
Podría decirse que la agricultura regenerativa es el conjunto de técnicas de manejo ambiental que permiten producir alimentos y regenerar el ecosistema que los produce. En este artículo, seis profesionales del sector agroalimentario dan su visión sobre diversos aspectos que aporta la agricultura regenerativa. Preguntados por los factores a los que dan más importancia en su actividad, surgen tres aproximaciones, desde las más amplias, que parten de un enfoque holístico, hasta las más específicas centradas en el suelo.
Así, por ejemplo, según cuenta Bouchra Nakara, directora general de Yara Iberian, para su compañía, la agricultura regenerativa se entiende como “un concepto holístico e integrador que va más allá de la propia agricultura y que acelera e integra resultados positivos para la naturaleza y el clima en la agricultura, al tiempo que garantiza la prosperidad de los agricultores y la seguridad alimentaria”. Javier Villegas, especialista de cultivos al aire libre de Koppert España, explica que la agricultura regenerativa es vista desde su empresa también con un enfoque holístico “en el que se aúna el sistema suelo-planta junto a la reposición del máximo de los recursos extraídos al medio ambiente”.
Bajando a un plano más técnico Hassen Merdassi, jefe de proyectos y mejora continua en Florette, detalla los tres pilares en los que se centra la práctica agronómica en esta empresa agroalimentaria: regeneración del potencial agronómico y enriquecimiento; optimización de la capacidad de retención hídrica de los suelos; y fomento y protección de la biodiversidad. Y en su labor de certificación y formación para la producción con residuo cero, desde Zerya la agricultura regenerativa implica “prestar más atención a nuestros análisis de suelo, interacción con el agua, realizar análisis de microbioma de suelo por su interacción con el abonado a emplear y la optimización del mismo, las cubiertas vegetales, laboreo, etc.”.
Por último, tanto Felipe Cortines, jefe de agronomía en España de la empresa eAgronom, como el agricultor Antonio Torres, se centran en el cuidado del suelo, “ya que constituye el activo más importante y la base de la resiliencia de la explotación, apunta el primero. Para Antonio Torres, el objetivo debe ser “regenerar, estimular y mantener, incluso incrementar la fertilidad y biodiversidad de la tierra”.
Prácticas agrícolas que mejoran el suelo
La mayoría de las definiciones de agricultura regenerativa se centran en el suelo y en la recuperación de su funcionamiento normal. Para ello se cuenta con un amplio “cajón de herramientas”, ya que, como apunta Javier Villegas, no se trata de volver al pasado, sino de usar las herramientas naturales disponibles para apoyar a la naturaleza en la maximización de las cosechas. Los expertos consultados han coincidido en la mayoría de las prácticas y acciones más eficaces para garantizar unos suelos vivos, ricos en materia orgánica y más resilientes al cambio climático.
Por una parte, cabe citar las medidas que protegen la integridad física del suelo, como son la reducción del laboreo, el uso de cubiertas vegetales y la siembra directa para evitar compactaciones o directamente su pérdida por erosión. Este último es uno de los mayores retos en el sur de España, según apunta Felipe Cortines. El segundo paso consiste en “enriquecer” el suelo, tanto en materia orgánica como en biodiversidad, ya que la presencia en equilibrio de distintos organismos edáficos resulta fundamental en la agricultura regenerativa. Antonio Torres recalca los beneficios de los fertilizantes orgánicos, pues no hay una manera más rápida de aportar materia orgánica asimilable al suelo. Esta debe ser de calidad y su aplicación debe ajustar el tipo, la cantidad y la frecuencia a las necesidades del suelo y las plantas. Una rotación de cultivos que recurra a varias familias botánicas (especies mejoradoras de suelo, variedades autóctonas, etc.) es otro de los pilares básicos según este agricultor, así como la incorporación de los restos de cosecha y podas.
Cuidando se protege la integridad del suelo, los microorganismos que habitan en él ayudan a descomponer la materia orgánica y crean redes tróficas y colaborativas, tal como apunta Antonio Alcázar, de Zerya. En un suelo ya degradado, la aplicación de microorganismos seleccionados permite dinamizar esa descomposición de la materia orgánica, proteger y potenciar a los cultivos, según Javier Villegas de Koppert. Por otra parte, los microorganismos ejercen un doble papel en la técnica de biosolarización, que aplica Hassen Merdassi en los campos de cultivo de Florette, ya que al degradar parte de la materia orgánica añadida al suelo aumentan su temperatura, lo cual permite eliminar malas hierbas y patógenos de los cultivos.
Por último, y para comprobar que todas estas medidas están siendo aplicadas correctamente y están cumpliendo su objetivo, Antonio Torres recalca la importancia de llevar a cabo una analítica de las parcelas.
La importancia de favorecer la biodiversidad
Cuando se habla de biodiversidad conviene hacerlo desde una perspectiva amplia y siendo conscientes de que cualquier ecosistema agrario está compuesto por miles de organismos que establecen una tupida red de conexiones. En condiciones naturales, estos organismos son capaces de mantenerse en equilibrio o volver a este tras una alteración, algo que ocurre periódicamente en los campos cultivados. A pesar de su importancia, su aportación ha sido ignorada o ha desempeñado un papel secundario durante mucho tiempo, quizás debido al propio desconocimiento.
Los modelos de producción intensiva que intervienen profundamente en los suelos y en el entorno agrario en general, han provocado tal desequilibrio en esas redes de biodiversidad que la propia producción agraria se ha visto afectada negativamente. Así, en los últimos años se ha visto que la biodiversidad en los ecosistemas agrícolas no solo contribuye a la salud del medio ambiente en su conjunto, sino que también beneficia directamente la productividad y sostenibilidad a largo plazo de las explotaciones agrícolas, tal como indica Bouchra Nakara, de Yara. Por esta razón, en opinión de Antonio Alcázar, “debemos volver a rediseñar nuestras explotaciones para hacer un hueco a estos elementos, los diferentes componentes del agroecosistema agrícola”, algo que se puede lograr desde la técnica, la formación y la I+D+I.
Así, según Hassen Merdassi “conseguir mantener este equilibrio consiste en no forzar los procesos naturales del suelo con químicos y productos de síntesis o aportar una nutrición orgánica que pueda mantener el equilibrio entre hongos y bacterias”. El hecho de reducir al mínimo o eliminar el uso de herbicidas y abonos de síntesis y de recurrir a enemigos naturales para el control de plagas y enfermedades, son prácticas que convergen con lo que se entiende que es la agricultura regenerativa, tal como indica Javier Villegas. Estas actuaciones se ven complementadas con el uso de cubiertas vegetales y bandas floridas, que sirven de refugio a insectos y ácaros beneficiosos en la protección y polinización de los cultivos.
¿Son la tecnología y la innovación compatibles con la agricultura regenerativa?
Aunque el uso de nuevas tecnologías no implica per se un enfoque regenerativo, pueden resultar herramientas muy útiles si se ponen al servicio de la restauración de los ecosistemas agrarios.
Al mejorar el conocimiento de las explotaciones agrícolas, las nuevas tecnologías permiten utilizar los recursos productivos de una manera más sostenible. En Florette, por ejemplo, tal como cuenta Hassen Merdassi, utilizan imágenes satelitales y drones para el control remoto de los cultivos, así como diversos sensores a pie de campo (humedad, conductividad, de temperatura ambiente o de temperatura del subsuelo) entre otras prácticas habituales de la agricultura de precisión.
Gracias a los avances tecnológicos se pueden tomar decisiones más certeras que permiten optimizar los recursos e intervenciones en la parcela. De esta manera, al adelantarse o prevenir problemas potenciales, a menudo se reducen o incluso eliminan determinados impactos ambientales. Felipe Cortines y Antonio Torres ponen tres ejemplos prácticos: la monitorización de cultivos mediante mapas NDVI para detectar e intentar solucionar diversos problemas (zonas con déficit de agua, escasez de nutrientes o presencia de enfermedades etc.); el uso de maquinaria capaz de ajustar la dosis de abonado y aplicar en cada zona lo que necesita el cultivo según su estado o sus necesidades; y, por último, la existencia en el mercado de fertilizantes con inhibidores de la nitrificación, productos capaces de desbloquear el fósforo y el potasio o activar la microbiota edáfica.
Certificar la agricultura regenerativa, ¿sí o no?
Existen muy pocas certificaciones para la agricultura regenerativa. Si bien hay un sello estadounidense desde 2017, tal como apunta Antonio Torres, los principales organismos agrícolas internacionales no han hecho las aportaciones propias que permitan llegar a una definición clara y armonizada. Esto supone un riesgo de banalización de la agricultura regenerativa y el hecho de que sus resultados (positivos o negativos) no se puedan medir y por tanto no se puedan auditar ni justificar.
Para terminar este reportaje se ha planteado a nuestros expertos la cuestión sobre si realmente merece la pena la creación de un nuevo mecanismo de certificación para la agricultura regenerativa o simplemente con llevarla a cabo es positiva para el agricultor y la sostenibilidad de su actividad.
Preguntados también por las posibles barreras que pueden existir de cara al desarrollo de este tipo de agricultura y las iniciativas para certificarla, las opiniones han apuntado en dos direcciones.
Uno de los principales obstáculos mencionados es el propio agricultor, su desconfianza hacia lo nuevo, el miedo a salir del “se ha hecho así toda la vida” y la falta de información. Felipe Cortines también recuerda el cansancio por los continuos cambios normativos y el hecho de que tener que cumplir cada vez con más regulaciones no anima a que los agricultores se abran a probar cosas nuevas. En este sentido Antonio Torres aporta el punto de optimismo al afirmar que “una vez que se prueba, los resultados son positivos, tenemos que perder ese miedo e ir dando pasos, pues ninguna práctica es determinante para conseguir nuestro fin, pero si sumatoria de otros buenos procedimientos agrícolas”.
Hassen Merdassi también señala, por una parte, la necesidad de una inversión inicial y de tecnologías que, en ocasiones, están en fase de desarrollo y requieren mucho esfuerzo de implantación y, por otra, el difícil y largo proceso de transición entre dos sistemas a veces difíciles de conciliar. En la misma línea, Antonio Alcázar añade que “actualmente las principales barreras son económicas, en un sector donde cada vez se reduce más el margen de beneficio, que las empresas se embarquen en este tipo de iniciativas sin un respaldo comercial o una demanda real del consumidor detrás, es muy complicado”.