El cambio climático, con elevación gradual de temperaturas y disminución de precipitaciones influye sin duda, aunque de forma difícil de cuantificar, en los frecuentes episodios de sequía.
España cuenta con una extensa red de infraestructuras de almacenamiento y distribución de agua, para los diferentes usos. El principal consumidor de agua son las actividades agrícolas, que suponen más del 65% del consumo de agua, seguidas de usos industriales con algo menos del 20% y consumo residencial urbano con el menor porcentaje de consumo, inferior al 15%.
Entre los problemas a solucionar, se encuentra el mantenimiento de infraestructuras, que es mejorable y supone pérdidas considerables del recurso. La gestión de los acuíferos y cuencas también es mejorable, dándose uso ilegal de agua, contaminación de acuíferos, consumos no autorizados, etc., que en ocasiones tardan años en detectarse y/o remediarse, pasando en muchos casos la solución, por la intervención de la Administración de Justicia.
La implantación de cultivos de regadío en zonas no calificadas como regables y tradicionalmente de secano, la intensificación de muchos cultivos a base de su puesta en regadío y la puesta en cultivo de variedades con alta demanda de agua, están suponiendo una gran presión, que algunos solventan a base de extraer agua en sitios no permitidos, y/o en mayores cantidades de las permitidas.
Aunque sean casos puntuales, que no deben empañar la buena gestión de la mayoría de agricultores, esta situación ha sido puesta de manifiesto en diferentes medios de comunicación, dándose a conocer diversas actuaciones de la Fiscalía contra productores agrícolas.
La problemática del agua acontece, a pesar de que España es un país con gran número de instalaciones de almacenamiento de agua (presas y embalses), capaces de almacenar unos 56.000 hm³. El tercer mayor embalse de Europa está en España, el embalse de La Serena, y casi similar en capacidad es el embalse de Alcántara, capaz de acumular unos 3.000 hm³.
Estas instalaciones son necesarias debido al clima que caracteriza a España, con veranos secos y temperaturas elevadas y fueron construidas mayoritariamente en a mediados del siglo XX, implicando determinados impactos para el medio ambiente y la población rural.
Aun así, las sequías recurrentes, la gestión cuestionable y otros factores han hecho que nunca sea suficiente el agua disponible. La presión sobre este recurso es cada vez mayor y su abastecimiento nunca está asegurado completamente ni es predecible, al depender de la climatología.
Cuando se mencionan las cifras de agua embalsada, siempre se toman los porcentajes de capacidad de las cuencas o de embalses concretos en relación con años anteriores, siendo cada vez menores. No se mencionan nunca las cifras comparativas de consumo respecto a años anteriores, que también son variables (la demanda para riego, aumenta cuando no llueve).
Es fácil imaginar que las cifras de agua embalsada son cada vez menores, debido al menor aporte pluvial (sequias recurrentes), pero es necesario revisar muchos aspectos de gestión, tales como la mejora en el mantenimiento de infraestructuras, la adecuación de los precios del agua, incluyendo todos los costes y fomentando el ahorro, el seguimiento de usos ilegales y contaminación de cauces, y el fomento del regadío eficiente.
Es necesario reconsiderar seriamente la gestión de agua, de forma global. Entre 2013 y 2022, cuatro años han arrojado una precipitación media en España inferior a 600 litros/m² y en uno de ellos (2017) fue inferior a 500 litros/m².
Según la clasificación climática de Köppen un clima seco es aquel en que se registran precipitaciones anuales entre 500 y 800, por lo que gran parte de España tiene un clima seco.
La capacidad de la reserva hídrica es de unos 56.000 hm³, habiendo a final de enero de 2024 un almacenamiento del 50,81%, unos 28.476 hm³. La cuenca del Guadiana, cuencas internas de Cataluña, Guadalquivir y Guadalete- Barbate tienen la peor situación, siendo preocupante en la última.
Así las cosas, es probable que la escasez de agua en ciertas zonas, sea una combinación de las sequías, una gestión que debe mejorar y unas infraestructuras que deben ser mejor mantenidas y gestionadas. Lo que está fuera de duda es que el agua es un recurso escaso, vital, muy demandado y que España tiene un clima seco y caluroso. Lo que hace improrrogable dedicar un mayor esfuerzo a una mejor gestión del agua.
Es necesario un cambio en los principios de gestión del agua, partiendo de considerar el agua como un recurso valioso y escaso en España. Esa condición de escasez, debe ser la base para todas las actuaciones.