El olivar es un cultivo milenario que, debido a su gran extensión e importancia económica, social, cultural y medioambiental a nivel nacional, ha ido adaptándose a las nuevas técnicas de manejo de suelo para mejorar su rentabilidad. En este sentido, el control de malas hierbas es fundamental, al competir con el olivo por nutrientes, luz, espacio para las raíces y agua, el principal factor limitante de la agricultura de secano.
Tradicionalmente, la agricultura convencional ha logrado el control de malas hierbas mediante laboreo y/o aplicación de herbicidas. Sin embargo, la combinación del clima de tipo mediterráneo, zonas con pendiente elevada y prácticas de gestión con escasa cubierta vegetal han agravado los problemas de escasez de agua y erosión del suelo a lo largo de los años, sin olvidar la creciente aparición de resistencias a herbicidas, la disminución de herbicidas disponibles en Europa y los efectos adversos de estos en la biodiversidad. La necesidad de disminuir los impactos negativos en el suelo y la producción, al tiempo que se mantiene la flora beneficiosa en un umbral económico y manejable, ha despertado el interés en el manejo integrado de malas hierbas, que permite a los agricultores utilizar enfoques alternativos de control centrados en reducir el uso de herbicidas, reemplazándolos, total o parcialmente, por métodos no químicos.
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