La conservación del suelo es fundamental, ya que constituye el mayor reservorio de carbono orgánico terrestre, almacenando más de 1.500 gigatoneladas de carbono, lo que equivale al doble de la cantidad de carbono almacenada en el conjunto de la biomasa vegetal terrestre y la atmósfera. Las prácticas de manejo sostenible del suelo pretenden prevenir y mitigar la degradación del mismo, garantizando su uso y disfrute para las generaciones actuales y futuras, a la vez que aumentan el secuestro de carbono en el suelo (COS), potenciando el papel de la agricultura en la lucha contra el cambio climático.
Según diferentes modelos climáticos se prevé un aumento en la superficie de las zonas secas y un mayor riesgo de erosión y desertificación debido al cambio climático, considerándose a las regiones mediterráneas, como es el caso de Andalucía, especialmente vulnerables. Por lo tanto, el manejo sostenible de los suelos agrícolas se vuelve aún más relevante para combatir los efectos negativos del cambio climático y promover la resiliencia de los agroecosistemas frente al mismo.
Es por esta razón que la Política Agraria Común (PAC), en su última reforma, incentiva la adopción de prácticas de manejo sostenible del suelo en cultivos leñosos, como es el caso del olivar, tales como la implementación de cubiertas vegetales espontáneas o sembradas (P6) y el esparcimiento de restos de poda entre las calles del cultivo principal (P7), con el objetivo de mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero, promover el secuestro de carbono orgánico y reducir las tasas de erosión del suelo.
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