El suelo es un medio vital para el ser humano, no solo porque sustenta la producción agraria, sino también porque provee un amplio conjunto de servicios ecosistémicos como secuestro de carbono, hábitat para los seres vivos, filtrado de contaminantes, regulación de los ciclos de nutrientes, agua y clima, entre otros (FAO-ITPS, 2015; Borrelli et al., 2020). No obstante, el suelo es un recurso no renovable y amenazado a nivel global, más si cabe en el arco Mediterráneo y en España en particular (Ferreira et al., 2022).
De hecho, más del 60% de los suelos de la Unión Europea están sometidos, en mayor o menor medida, a procesos de degradación, principalmente a consecuencia de prácticas de gestión insostenibles (exceso de laboreo, contaminación por pesticidas, pérdida de materia orgánica, etc.). Además, el cambio climático está agravando estos problemas.
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