Económicamente, el regadío es vital para el sector agroalimentario español, que en su conjunto representa cerca del 10% del PIB y genera unos 2,5 millones de empleos. Aunque “solo” ocupa el 23% de la superficie agrícola, la agricultura de regadío supone, según las estimaciones más recientes, más del 70% del valor de la producción vegetal. Esto se debe a que, al mejorar los rendimientos y permitir cultivos de mayor valor, su impacto en términos de valor económico es mucho más alto que en volumen. Es, por tanto, clave para sectores de alto valor como la horticultura y la producción de frutas, que dependen en gran medida del riego.
Más concretamente, el regadío contribuye enormemente al valor añadido bruto de la agricultura, representando el 62,9% del total. Genera además el 61,5% de la renta agraria y el 66,2% de la renta empresarial, lo que refleja su papel crucial no solo en la producción, sino en la estabilidad y rentabilidad del sector.
Motor de futuro
A medida que las consecuencias del cambio climático se hagan más evidentes y la población mundial siga creciendo, el regadío cobrará una importancia todavía mayor. Las predicciones apuntan a una disminución de la superficie cultivable y un aumento de las temperaturas, lo que intensificará la necesidad de más tierras con acceso al agua. Además, el regadío favorece un perfil agrícola más joven y fomenta explotaciones de tamaño medio, lo que refuerza el tejido rural y contribuye a la innovación tecnológica, especialmente en cuanto a eficiencia de recursos.
La capacidad del regadío para garantizar la seguridad alimentaria y fortalecer la autonomía estratégica de España y Europa será clave en un contexto geopolítico tenso. En este sentido, España, con su alto nivel de especialización en cultivos de regadío, está en una posición favorable para contribuir a la estabilidad alimentaria a nivel global.
Desafíos y oportunidades
Sin embargo, el futuro del regadío está marcado por varios desafíos. El cambio climático incrementará la irregularidad de las precipitaciones y reducirá los recursos hídricos disponibles. Esto traerá consigo mayores costos para el uso del agua y potenciales conflictos de uso entre el sector agroalimentario y otros sectores económicos. Para afrontarlos, es fundamental avanzar hacia un modelo de regadío sostenible e inteligente que maximice el uso eficiente del agua y permita adaptarse a las nuevas realidades climáticas.
En conclusión, el regadío no solo representa un componente crucial para la producción agrícola y la economía española, sino que será esencial para la competitividad futura del sector agroalimentario, la estabilidad alimentaria y la sostenibilidad de los recursos hídricos en el contexto del cambio climático.