Los orígenes del olivo se remontan al Mediterráneo oriental hace más de 6.000 años, con una extensión hacia el norte de África, la Península Ibérica y el resto de la cuenca, regiones caracterizadas por veranos calurosos y escasas precipitaciones. Además, los olivos han sido originalmente cultivados en suelos poco profundos y terrenos inclinados, en zonas no aptas para otros cultivos debido a la falta de recursos hídricos y a las limitaciones del suelo.
La domesticación del olivo en estos ambientes con recursos hídricos muy limitados ha hecho que este cultivo esté especialmente adaptado a condiciones limitantes de agua. Se trata de un olivar extensivo de baja productividad, empleando abundante mano de obra para su recolección y que ha ocupado una notable superficie en los países mediterráneos.
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